La idea de destino, entendida como los sucesos —a menudo aciagos— a los que una persona o pueblo están irrevocablemente advocados a vivir, cobra protagonismo en la obra titulada Delirio y destino, escrito en 1952 durante el exilio de la escritora en Cuba, y en la que —a modo de autobiografía novelada— Zambrano narra la atmósfera y los eventos que desembocaron en la tragedia de la guerra civil española y en el traumático exilio al que se vieron forzados cientos de miles de supervivientes republicanos.
Sin embargo, conviene recordar que el lenguaje zambraniano se construye mediante capas de significado que a menudo ponen de manifiesto las tensiones internas que cada término alberga. Así ocurre con destino. De modo que, pese al carácter fatídico de estos acontecimientos, Zambrano se esfuerza por negar la existencia de un destino irrevocable en favor de la defensa de la libertad y responsabilidad humanas. Lejos de negar la influencia de la historia y las circunstancias, Zambrano subraya la enormidad de su peso, el cual es tal que la pensadora nos urge a tomar conciencia de ellas para no ser víctimas del destino que marcan, sino agentes de nuestro presente y porvenir.
Con esto en mente, podemos retomar el mencionado título Delirio y destino para devolverle el peso al primer término de esta ecuación. Dicho de otro modo, para Zambrano, el destino —en tanto que futuro exento de opciones— y el delirio van de la mano; la autora y protagonista interpretó los eventos que llevaron a la guerra civil española como inevitables sólo en la medida en que fueron fruto de un delirio compartido.